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GEA ZERO: EL VIAJERO EXTRAVIADO
Prólogo: El viajero Extraviado

Las oscuras nubes avanzaban lentamente. No eran simples masas de vapor de agua con polvo. Su color rojo sangre era un claro indicio de peligro inminente. Los pájaros fueron los primeros en escapar del humo tóxico, sobrevolando los árboles humeantes que se iban volviendo negros.

El paisaje se había transformado en pocas horas: de la humilde villa de Celacres no quedaban más que los cimientos de sus casas de adobe. A esta aldea, que la tragedia había marcado para siempre, había llegado un viajero extraviado.

El joven yacía inconsciente en el suelo, y sus cabellos rojos como la sangre se fundían con el fango. Iba vestido con una armadura ajustada y liviana, que parecía estar hecha de un metal negro y flexible, pero resistente. La decoraban elaboradas piezas de cuero rojo y adornos de plata.

Por su rostro pálido y la sangre que lo salpicaba, cualquiera hubiera dicho que estaba herido de muerte, pues apenas respiraba o se movía. Pero una gota de lluvia fue a caer sobre una de sus mejillas y abrió los ojos lentamente. Permaneció inmóvil durante unos instantes, observando las nubes pasar.

De pronto, un rayo de sol se hizo paso entre las nubes, deslumbrándole. Cuando alzó el brazo para protegerse la vista, se percató de que su atuendo estaba lleno de manchas rojas. Asustado, intentó reincorporarse, pero tan sólo pudo quedarse sentado.

Sin embargo, no sentía dolor alguno. Ya más tranquilo, comenzó a observar el entorno: un paraje triste y desolador. Una vez que logró ponerse en pie, observó su armadura con extrañeza, preguntándose qué sería. Acarició el material, de tacto suave, y le dio golpecitos con los nudillos. Emitía un ruido vibrante y armonioso, parecido al sonido del mar.

No sabía dónde estaba ni a dónde debía ir. Empezó a caminar lentamente y se detuvo ante una tinaja resquebrajada. Al agacharse para examinarla, descubrió que albergaba un pequeño recipiente. Lo recogió y prosiguió su marcha, esquivando los escombros dispersos por el terreno.

Al cabo de un rato, vislumbró un tenue destello en el suelo: eran tres monedas. Estuvo observándolas un momento, las reconocía.

-Trescientos aones….- dijo en un susurro.

Apretó con fuerza las monedas en su mano, frunciendo el ceño. Reemprendió su camino, avanzando cada vez más impaciente, pero al pasar junto a un charco se detuvo en seco. No podía creer lo que estaba viendo: el rostro reflejado en el agua le era totalmente desconocido. Boquiabierto, dejó caer el frasco y las monedas al suelo, y se quedó paralizado. Cuando logró sobreponerse, se agachó bruscamente y examinó atentamente la imagen que le devolvía el agua. Esta vez habló con firmeza:

-¿Pero qué me ha pasado? ¿Por qué demonios no me acuerdo de nada?- Se agarró la cabeza, desesperado.

-¿Qué hago yo aquí? – Golpeó el agua con furia, y el reflejo se distorsionó bajo su puño.

-¿Quién… soy… yooo?.- exclamó ahogando un grito desesperado. Durante algún tiempo, permaneció en aquella postura, sin saber qué pensar, sin saber qué hacer. Se serenó y, tras mirar en derredor, comenzó a beber del agua del charco, pues estaba muerto de sed. Después se lavó la cara y, al reincorporarse, se percató de que un olor nauseabundo se cernía sobre el lugar. Hizo una mueca de disgusto y se tapó la nariz y la boca.

Recogió sus escasas pertenencias. Primero guardó las monedas dentro de una bota, y luego tomó el pequeño frasco de cristal en las manos para leer su etiqueta. Decía así:

-“Poción curativa: Tomar en caso de debilidad”-

Un chillido animal le sacó de su ensimismamiento. Eran murciélagos, unos murciélagos enormes que se abalanzaron sobre él. Salió corriendo para librarse de ellos, pero dada la insistencia de aquellas criaturas no tuvo más remedio que defenderse y arremeterlas a golpes hasta derribarlas.

No lejos de allí, vio tres cuerpos tumbados en el suelo: eran una mujer joven y sus dos hijos pequeños, que yacían abrazados y llenos de ceniza. Al muchacho se le escapaban las lágrimas. Los examinó en busca de signos de vida, pero fue inútil. Estaban muertos. Decidió darles sepultura para evitar que los devorasen las bestias. Sin pensárselo dos veces, arrancó un par de ramas secas de un árbol cercano, recogió un trozo de cuerda que encontró por el suelo y las anudó con ella para fabricar una herramienta que, aunque rudimentaria, le permitiera cavar el hoyo donde pudieran reposar para siempre. No fue tarea fácil, pero, tras mucho esfuerzo, finalmente lo logró. Fue dejándolos uno junto al otro en el agujero, y los cubrió hasta que sus cuerpos desaparecieron bajo la tierra. Finalmente, colocó sobre el montículo tres cantos blancos.

Cuando todo terminó, se sentó a contemplar el horizonte, pensativo. Era extraño: durante el entierro había actuado mecánicamente, sin dudar, como guiado por el instinto. ¿A caso habría efectuado aquella operación con anterioridad? ¿Cuántas veces?

Más adelante, encontró otro grupo de cadáveres, pero entonces sí actuó con racionalidad, pues era consciente de que el único que podría hacer algo por aquellas personas en aquel lugar solitario era él. Tal vez habían sido camaradas suyos. Pero, en el momento en que se disponía a darles un humilde enterramiento, sintió cómo se le nublaba la vista y cómo le asaltaban innumerables imágenes, que se sucedían frenéticamente en su memoria: estaba empezando a recordar.

Veía el poblado, el mismo en el que se encontraba, iluminado a la luz de las llamas, por la noche. Los aldeanos corrían desesperados para salvar sus vidas y... una carcajada, una risa tenebrosa que le resultaba terriblemente familiar. Después, hubo un gran destello azul y, tras un silbido penetrante, concluyó su visión. Pestañeó varias veces, extrañado, y se palpó la frente con disgusto: tenía un horrible dolor de cabeza.

-Bueno…- se dijo tristemente- Ya es hora de que descansen en paz.

Lo más sencillo hubiera sido incinerarlos, algo que, en condiciones normales, habría sido un método igual de digno. Pero dado que aquellos desgraciados habían perecido a causa de las llamas, consideró que quizás hubieran preferido que sus almas se unieran a la tierra. Un par de horas después, había terminado de enterrar, no sin esfuerzo, a aquella docena de personas. De nuevo se sentó a divagar, al tiempo que miraba el lejano horizonte. Se preguntaba a dónde ir y, sobre todo, cuánto más duraría aquella incertidumbre y, aquella soledad.

Desfallecido, decidió tomar un poco de la poción que aún aferraba con fuerza. Notó con gran asombro que al primer sorbo comenzaba a sentirse mejor, así que bebió hasta quedar saciado por completo. Bastó con la mitad de la botella.

Una vez recuperado, y dando un último adiós, clavó en el suelo la deteriorada herramienta que había utilizado en los enterramientos y, en silencio, fue alejándose de la desolada villa.

Desde el umbral, donde aún seguía en pie un monolito con el nombre de Celacres, vio un gran animal. Tendría el tamaño de un caballo, un pelaje denso y blanco como la nieve e iba provisto de riendas, sillín y alforjas. Era bello y a la vez extraño. Parecía un lobo enorme.

-¿Qué clase de animal será este?- exclamó sin poder contener la curiosidad.

Se acercó con cuidado para no espantarlo, se desprendió de uno de sus guantes de cuero y le tendió la mano lentamente, en señal de amistad. El gran lobo empezó a olfatearla, sin mostrar agresividad alguna. Finalmente, la lamió con afectividad: había aceptado su compañía.

Acarició al animal, agradado por su docilidad. Tomó las riendas y preguntó alzando la voz, con la esperanza de obtener una respuesta.

-¡Eh! ¿Hay alguien ahí? ¿Hola?

Mas nadie respondió. Agachó tristemente la cabeza, a lo que el animal se le acercó y se puso a rozar el hocico contra sus manos.

-Eres un animal bastante peculiar...- dijo maravillado por la grandeza del animal.- Mira, este lugar ya no es seguro. Además, tu dueño no parece andar cerca, así que creo que lo mejor será que te vengas conmigo.

El lobo blanco, que había empezado a gruñir suavemente, le indicaba una de sus patas delanteras con el hocico. Allí, atado a la pata, había un pergamino.

-¿Qué es eso, amigo?

El animal cogió el papel con delicadeza entre los dientes y se lo acercó al muchacho, que abrió sus ojos, azul pálido, como platos. Tomó la ofrenda y desenrolló con cuidado el ajado pergamino, que así decía:

"Eres Kain, y este es Albo, tu Fenril. Bajo su silla de montar encontrarás dinero suficiente para tu viaje, además de agua y algunas provisiones. También hay un mapa con el que podrás guiarte por el continente. En estos momentos te encuentras en la desaparecida Aldea de Celacres".

-KAIN: ¿Kain, me llamo Kain?!- Exclamó poco convencido, ¿cómo era posible que esta carta estuviese dirigida para él? El lobo ladró e hizo un gesto de asentimiento, y con un movimiento de cabeza le indicó que siguiese leyendo.

-“La lanza que lleva el Fenril en un costado también te pertenece, es una poderosa arma a la que llaman Gugnir. Por nada del mundo te deshagas de ella. Nos veremos muy pronto, pero hasta que nos encontremos, ten cuidado con Red Shadow y con la niebla roja"

-KAIN: ¿Red Shadow?… ¿la niebla roja?- se preguntó intrigado.

Además, la misteriosa carta no estaba firmada, y presentía que no estaría seguro por mucho tiempo, dadas las advertencias. Trató de averiguar que podría significar el sello de cera roja, que había mantenido cerrado el mensaje, pero esa escritura le era totalmente desconocida.

-KAIN: Bueno Albo, amigo mío, serás mi compañero de viaje, me pregunto quién habrá sido la persona que te ha enviado- dijo esto acariciando la frente al animal, mientras se arrodillaba y montaba en él.

Con la cabeza alta y con nuevas esperanzas, pues posiblemente alguien le esperara con la intención de ayudarle, desplegó el mapa e intentó orientarse. En él observó que la aldea estaba rodeada por montañas en el sur y consideró inútil avanzar por ese camino de momento. Por el oeste, el mar bañaba las costas del territorio y en el mapa no podía apreciarse nada más allá.

Sólo quedaba decidir si ir al norte o viajar hacia el este, donde según en el mapa se encontraba la ciudad de Freezelen, que a Kain le pareció un destino más cercano y seguro.

-KAIN: Creo que antes de que anochezca podríamos llegar a Freezelen. ¡Veamos cómo eres de rápido, Albo!- Cuando dijo esto, un brillo de inteligencia iluminó los ojos del animal, como si entendiese cada palabra que se le decía. Lo que le hizo creer que se conocían desde hacía bastante tiempo, aunque él no recordase a este fiel amigo.

El terreno era llano, y el animal avanzaba veloz. Aun así, tuvieron que pararse en varias ocasiones, pues múltiples criaturas de agresividad injustificada atacaban a los viajeros. No sólo eso, Kain se sentía observado, a pesar de encontrarse en una vasta y desolada llanura, por lo que permaneció alerta y preparado para reaccionar ante un ataque inminente.

Por otra parte llegó a caer en la cuenta de que aquellas criaturas tenían algo en común, unos ojos rojos como la sangre con una mirada maligna y de locura. Y todas luchaban hasta caer muertas. Así fue como descubrió Kain la poderosa habilidad que tenía al usar su nueva lanza.

Adentrándose en un hermoso pero angosto valle que iba ascendiendo, se hallaba la pequeña localidad de Freezelen, cuyas casas estaban encajadas en la propia roca y, a pesar de que el ambiente no era demasiado frío, los tejados y el suelo estaban cuajados de nieve.

Empezaba a anochecer y varias antorchas, cuyas llamas temblaban por la brisa del valle, iluminaban el ambiente. Los habitantes de la ciudad observaban con recelo al extranjero.

Se topó con un pequeño comercio, y decidió abastecerse de provisiones. Ató las riendas de Albo en una anilla de los muros de la entrada y se dispuso a entrar. Una vez dentro, dos personas que estaban comprando salieron apresuradas del edificio, dejándole a solas con el tendero, un hombre fortachón y de cara colorada debido al ambiente montañés.

Kain observó los frasquitos expuestos en la vitrina, cada uno tenía un cartelillo con el precio. La tienda sólo tenía pociones. Decidió comprar una docena, recordando su valiosa utilidad. El tendero escuchó su petición y con una mirada perdida, evitando mirarle a la cara, sólo se limitó a tender la mano para recibir las monedas sin mediar palabra alguna. Kain le entregó el dinero, y el hombre empaquetó su compra en un pequeño fardo de esparto.

Al salir de la tienda se dirigió hacia Albo y guardó las compras en las alforjas. Continuaron explorando, pasando delante de un mercadillo al aire libre. Había un puesto de carne seca, otro de hortalizas y otro de utensilios de cocina. Pero las vendedoras recelosas ante la mirada del extranjero, taparon los puestos y se refugiaron en sus casas discretamente.

Pasando por una callejuela, una luz cálida y un fuerte olor alcohol y a carne asada les condujeron hacia una taberna.

-KAIN: “Espero que al menos alguien en esta taberna me pueda ayudar en algo.” – Se disponía a atar las riendas de Albo nuevamente cuando, de repente, un chorro de gas rojizo salió de una pequeña grieta del suelo. Albo se asustó y salió corriendo despavorido haciendo, perder el equilibrio a Kain que cayó de espaldas pero amortiguó la caída con las manos y se clavó un trozo de botella rota en una de ellas. Y una vez en pie…

-KAIN: Uff- dijo con una mueca de dolor- ¡Como escuece esto!, ¡Lo que me faltaba!- Dolorido sacó el trozo de cristal con cuidado y retiró el guante. No era un corte muy profundo, pero aun así le dolía una barbaridad, y no sólo eso, empezó a captar un olor nauseabundo.

-KAIN: ¡Y para colmo de nuevo aquella peste del lugar dónde me desperté! – dijo conteniendo las náuseas y apoyándose en la pared.

Pero ahora el corte de la mano empezó a palpitarle y a dolerle de forma desmesurada.

-KAIN: ¿ Cómo me duele tanto!, ¡ARGHHHHHHHH!- Intentó aliviar su sufrimiento con el frescor de la nieve, pero era inútil, el dolor cada vez era más intenso-¡Siento como si me ardiese la mano!- Y en ese momento notó, como perdía el control de su cuerpo, comenzaron a darle convulsiones y retorciéndose de dolor, intentó gritar desesperadamente, pero tan sólo un pequeño hilo de voz salía de su garganta. La gente que le estaba observando desde las ventanas, salió de sus casas y se acercaron a Kain formando un corro sobré él, mirándolo asombrados. Kain fue perdiendo la vista; su última visión fueron las atónitas caras de varios aldeanos. Después todo se le volvió negro y perdió la consciencia.

Con la luz de un nuevo día, Kain despertó. Se percató de que ya había amanecido, y de que estaba de nuevo cubierto de sangre. De Freezelen no quedaba nada más que ruinas y casas ardiendo.

Aterrorizado, se puso en pie e intentó buscar a la gente.

-KAIN: ¿Hay alguien? ¿Qué ha pasado aquí?

Entró en las pocas casas que seguían en pie, en busca de alguien que necesitase de su ayuda, pero ya no quedaba nadie con vida en la zona.

Al olor de la carne quemada, varias bestias extrañas con forma de roedores gigantes acudieron al lugar del desastre y fueron directamente hacía él, que se defendía como bien podía.

A los pocos minutos ya no se le acercaron más criaturas y fue en busca de su amigo. Se temía lo peor, ¿habría sido víctima también de aquella masacre?

Afortunadamente su sospecha fue rápidamente descartada, pues Albo estaba tranquilamente alimentándose de la carne seca del mercadillo. A pesar de su naturaleza carnívora, había ignorado los cadáveres de los aldeanos, pero estaba hambriento y tuvo que saciar su hambre con lo poco que quedaba allí, aunque no fuese exactamente de su agrado.

-KAIN: Algo terrible ha debido de pasar, ¡Y tu tan tranquilo comiendo!- El chico intentó apartarle del puesto de carne por las riendas, pero Albo le rugió, y se negó a abandonar su comida.

-KAIN: ¡Está bien, está bien!, esperaré a que termines.- sus tripas comenzaron a rugir entonces “Creo que a mí también me vendría bien comer algo. “

Rebuscando en el puesto consiguió encontrar un trozo de carne de aspecto extraño y no reconocible, cogió uno de los trozos y mientras lo observaba su compañero se le adelantó y devoró los restos en un santiamén.

-KAIN: Vaya, amigo, si que tienes hambre…

Al acabar con toda la carne Albo se tumbó tranquilamente mientras que Kain seguía buscando alimentos. Por suerte quedaban las verduras, ya que Albo pasaba de ellas. Todo lo que quedaba era un puñado de setas y una rama de apio. Con estos miserables ingredientes, cogió uno de las ollas del último puesto y la llenó de agua de la fuente de la plaza. Aprovechando las tablas de los puestos hizo una pequeña hoguera, y utilizó una llama de las vigas de madera que aun se mantenían ardientes.

El resultado fue un guiso de un color marrón nada atractivo y poco sabroso pero que al menos sació su hambre.

Una vez recuperadas las fuerzas, buscó una herramienta y un lugar adecuado para enterrar a los ciudadanos. En esta ocasión encontró una pala y enterró los restos carbonizados de las personas que pudo encontrar, entre ellos el tendero que le había vendido las pociones. No obstante él recordaba que había más aldeanos, quizás hubo supervivientes y habían conseguido huir.

Esta actividad ya le estaba empezando a resultar demasiado dolorosa y familiar. Al terminar la tarea se aseó un poco en la fuente. Después se acercó a Albo, que parecía estar descansado y saciado, lo acarició detrás de las orejas y montó sobre él.

-KAIN: Venga chico, vayámonos de aquí. Tengo la corazonada de que ese tal Red Shadow podría ser responsable de esto. Además, hemos de encontrar a la persona que te envió. –Ya en las afueras se detuvo unos momentos para observar el pueblo en ruinas y humeante al fondo.

Sacó su mapa y decidió continuar por el puerto de montaña para poder salir de allí y avanzar hasta la siguiente ciudad marcada en el mapa. Durante el viaje iba pensativo y confundido.

-KAIN: ¿Por qué me pasarán a mí estás cosas tan raras?- decía mientras acariciaba a su compañero.

- ¿Acaso soy víctima de algún mal destino?, Es como si el mal me persiguiese…-dijo cerrando los ojos tristemente y con un suspiro.

- Donde quiera que voy…, ya van dos poblaciones arrasadas desde luego que esto no es normal –dijo todavía más entristecido.

- ¿Y esa sangre...? ¿Porqué siempre me despierto cubierto de sangre...sin estar herido?-El camino se ponía cada vez más empinado y rocoso. Bajó de Albo y decidió continuar a pie para facilitar la ascensión a su amigo de cuatro patas.

Llegaron a la parte más alta del puerto y desde allí pudo contemplar el nuevo paisaje. Estaba apunto de abandonar un terreno rocoso y yermo para llegar a un hermoso paraje verde y extremadamente frondoso. Un tupido bosque se divisaba a lo lejos, era el bosque de Tanne. No pudo evitar sonreír levemente al ver como el hermoso castillo de la inmensa ciudad de Lusitaurus brillaba como un faro bajo los rayos del sol, visible en la gran distancia.

Durante el descenso siguió rebuscando en su memoria.

-KAIN: “Cuál será el motivo por el que no puedo recordar nada.... la otra vez cuando me desperté en aquella pequeña aldea yo solo e ileso… me pregunto si habré estado inmerso en alguna batalla”- se preguntaba mientras se acariciaba la barbilla.

- KAIN: “La verdad es que no me veo como un guerrero, me siento perdido en esta situación. Pero, ¿y si hubiera sido así?, tal vez por culpa de un mal golpe haya perdido el sentido y con ello…”

¡Mis recuerdos!-la situación le parecía ahora más grave que antes, ¿habría dejado familia sin noticias suyas?, ¿dependería alguien de él? Pero aún seguía confuso, pues los acontecimientos no le cuadraban.

-KAIN:... Pero ¿y la última vez? Yo me desmayé y no recuerdo haber luchado contra nadie...

-“Podría haber sido ese tal Red Shadow, porque si no, no me explico quién demonios ha podido ser, y puesto que ya bien me anunciaba la carta que tuviera cuidado con él, podría caber la posibilidad pero... “

-¿Por qué razón habrá omitido su identidad el autor del pergamino, por qué no viene aquí y me ayuda a resolver este enigma? ¿Por qué tanto misterio? – Demasiadas preguntas sin respuesta.



A medida que iban descendiendo la niebla se hacía cada vez más espesa. Montó de nuevo en Albo y apresuraron la marcha.

Pronto se encontraron con una pequeña ermita. Kain se detuvo para observarla. Dentro había un pequeño ídolo de oro con forma de toro. De repente le pareció oír los llantos de un niño. Siguiendo el sonido Kain y Albo se aproximaron hasta que vieron al pequeño, que vagaba sin rumbo llorando desconsolado y tiritando.

Kain desmontó de albo y se acercó hasta el niño.

-KAIN: ¿Qué te ha ocurrido muchacho?- le dijo en un tono amable, pero el niño Freezelino al verle se quedó boquiabierto y, con un grito de terror, salió corriendo hasta perderse en la lejanía y en la opacidad de la niebla. Kain, desconcertado, se quedó unos instantes paralizado y pensado, mirando en la dirección tomó el niño. Volvió a montarse en Albo y, mientras le acariciaba las orejas, se preguntó…

-KAIN: ¿Por qué habrá huido de mí?- Intentaba consolarse a sí mismo, diciéndose que posiblemente no tendría importancia, pero ya no estaba convencido de nada.

Siguieron caminando un par de horas más, y por fin dejaron las montañas. Ya se encontraban en la pradera, pero estaba todo lleno de una niebla muy cerrada que no les permitía ver nada, así que Kain decidió hacer una parada y descansar. Ya apenas les quedaba comida en las alforjas y estaban hambrientos. Mientras Albo dormía la siesta Kain yacía recostado sobre él mirando con detenimiento el mapa. Estuvo haciendo unos cálculos y llegó a la conclusión que la próxima ciudad se hallaba a un día de camino. La niebla no se disipaba y comenzó a impacientarse. Kain se levantó y se desperezó.

-KAIN:- Bueno, creo que ya hemos descansado bastante, debemos continuar.

Albo se hizo el remolón, pero terminó por levantarse. Se estiró y bostezó de una forma muy cómica, y Kain sonrió.

-KAIN: Venga, chico que ya nos queda menos.- Montó sobre Albo y continuaron su viaje.

La niebla no se disipó hasta muy avanzada la tarde, fue entonces cuando pudieron avanzar con mayor velocidad. En una ocasión llegaron hasta un pequeño grupo de árboles dispersos. Allí encontraron un grupo de jabalíes que estaban comiendo carroña.

Kain pensó que sería buena idea cazar alguno para aliviar el estómago. Desmontó de Albo y se acercó sigilosamente, pero los animales captaron su presencia, y en lugar de huir se abalanzaron sobre él. Kain salió corriendo y se subió a uno de los árboles. Desde esta posición privilegiada pudo observar que los fieros animales tenían los ojos rojos al igual que aquellas bestias que le habían atacado con anterioridad.

-KAIN: “¿Por qué tendrán todos esa mirada?”- Kain partió un par de ramitas del árbol y las lanzó para distraer a los animales. A continuación saltó sobre ellos y acabó con sus vidas con algunas estocadas rápidas de su lanza.

-KAIN: Ha merecido el esfuerzo, con esto tendremos alimento suficiente para hoy y mañana. ¡Ven Albo vamos a comer!

Albo se acercó desconfiado y olió la carne, puso una mueca de asco y comenzó a enterrarla.

-KAIN: ¿Pero que haces?- Dijo asombrado.

Albo se acercó hasta él gimiendo y mirando con espanto los cadáveres de los tres jabalíes.

-KAIN: ¿Qué es lo que pasa Albo?- De repente el cuerpo de aquellos animales comenzó a desprender un gas rojo y maiente. Albo ladró y empujó a Kain lejos del lugar, Kain comprendió que su amigo le acababa de salvar la vida, aquellos animales parecían estar infectados por alguna extraña enfermedad.

-KAIN: Gracias Albo…

Emprendieron la marcha hasta el anochecer. Kain buscó algo de leña e hizo una fogata. En ella asó las pocas provisiones que les quedaban, y las compartió con su peludo compañero. Antes de dormir Kain estuvo observando las estrellas.

-KAIN: La luz del norte… - Dijo al reconocer una de ellas. Por una parte se alegró de recodar esa estrella, pero por otra se dio cuenta de que estaba en una posición que no había visto nunca. Intentó buscar otras constelaciones, reconoció la forma de algunas, pero no recordaba sus nombres. La luna estaba casi llena e iluminaba todo. Era una noche tranquila y bonita. Albo ya se había dormido y respiraba tranquilo, a Kain le fue entrando sueño poco a poco y consiguió dormirse.

A la mañana siguiente se despertó con los lametazos de Albo.

-KAIN: ¡Para, para! ¡Qué me haces cosquillas!

La mañana estaba bastante despejada y ya no quedaba apenas niebla. Habían dormido bien, pero estaban hambrientos. Prosiguieron su camino hacia el este durante un par de horas más y Kain consultó de nuevo el mapa. Pronto llegarían al río Freezel; caminando hacia el suroeste darían con un puente. Al llegar pudieron comprobar las verdaderas dimensiones del ancho río, de unos cincuenta metros. Pero más grande fue su sorpresa cuando se toparon con un viajero que se apoyaba sobre uno de los pilares de la entrada del puente, como si llevara largo tiempo esperándole.

-VIAJERO: Buenos días- dijo quitándose elegantemente el sombrero.

Kain se quedó observando al curioso personaje, de estatura menor que la suya, con el cabello negro cubriéndole la mitad izquierda del rostro y con un sombrero de ala de color negro adornado con una pluma roja. La indumentaria era de color rojo oscuro, e iba calzado con unas grandes botas de cuero negras, además no llevaba equipaje alguno y algo que le llamó más aún la atención es que llevaba un colgante con una extraña gema morada.

El único ojo que se le veía era de color turquesa, las facciones parecían bastante finas y la constitución del viajero era muy delgada. Parecía ser un individuo joven, de unos veinte años

-KAIN: Buenos días- dijo agradeciendo el encuentro con alguien dispuesto a hablar.



-VIAJERO: ¿Se encuentra usted bien? La verdad es que no tiene muy buen aspecto... – dijo con un tono preocupado.

-KAIN: Ciertamente, estoy algo perdido, y no sé a donde ir. Llevo varios días viajando sin rumbo en concreto.

El viajero sacó una manta que tenía debajo del abrigo, la extendió en el suelo del puente y se sentó.

-VIAJERO: Siéntese por favor,-dijo dando unos pequeños golpecitos en el suelo.

-VIAJERO: le invitaré a comer algo. Y a su animal también, ¡deben de estar hambrientos!- Miró con simpatía al animal, sacó de su abrigo un trozo de carne, retiró el envoltorio y se lo lanzó a Albo frente a sus patas delanteras. El animal, feliz por una ofrenda de carne fresca, comenzó a devorarlo apaciblemente.

-VIAJERO: ¡Es una criatura verdaderamente espléndida! ¿Cómo la domesticó? Qué curioso, nunca había visto ningún ejemplar de color blanco.- Aquel personaje no paraba de hacer preguntas, y ciertamente esto comenzó a incomodar un poco a Kain.

-KAIN: Bueno, me lo regalaron.... -dijo mirando al animal que se había sentado feliz a devorar el trozo de carne. Pero no sólo eso, al sentarse Kain se percató de que la manta estaba llena de cosas y el viajero le ofrecía ahora un vaso de vino.

-VIAJERO: Es de mi pueblo natal. ¡Una de las mejores cosechas!

Kain quedó desconcertado, y pensando para si:

-KAIN: “¿De donde habrá sacado éste la botella de vino, y toda esa comida que hay puesta sobre la manta? No parecía llevar equipaje… cada vez me pasan cosas más raras… “

-VIAJERO: Bueno, me voy a presentar, mi nombre es Xirien, ¿y el vuestro?

-KAIN:.... Kain. Kain reflexionó durante unos instantes sobre la identidad de aquel individuo.

-“Bueno, no creo que este sea el autor del pergamino, pero ¿y si fuese un enviado por él, o quizás un enemigo? Lo mejor será estar alerta, aunque de momento Albo parece tranquilo.”

-XIRIEN: Hmm, un nombre peculiar, por lo que veo usted no es de esta región... Yo tampoco. Vos afirmasteis estar perdido pero, a mi parecer, además de estar desorientado topográficamente le veo totalmente extraviado en el ámbito espiritual..... Bien le vendría solicitar consejo del Gran Sabio, le recomiendo visitarle.- Decía con enfáticos movimientos de sus manos.

-KAIN: ¿Gran… Sabio?- dijo intrigado, y mientras pensaba con satisfacción- “Hmmm… que te apuestas Kain de que ese sabio tiene que ver algo con la misteriosa carta que Albo te entregó. “

-XIRIEN: ¡Oh, sí! Él lo sabe todo, según dicen. Venga, beba, beba, le vendrá bien tomar este vino.-Exclamaba mientras le llenaba otra copa y le acercaba un plato de embutidos.

-KAIN: ¿Y dónde puedo encontrarle?-dijo muy interesado mientras bebía el sabroso vino.

-XIRIEN: Es usted afortunado, ¿sabe? Es una suerte que la hermosa ciudad de Lusitaurus se encuentre tan cerca de aquí, sólo tiene que cruzar este puente y al otro lado, tras un pequeño bosque, se alzan las grandes murallas.- en esa ocasión le pasó a Kain un cuenco con encurtidos.

-KAIN: ¿Vienes de allí? ¿Adónde te diriges?- dijo mientras cogía los sabrosos bocados.

-XIRIEN: Sólo estuve de paso. Me dirijo a la ciudad de Freezelen, me encanta conocer gente nueva, exóticas ciudades y antiguas culturas.- Kain sintió un escalofrío y el ambiente comenzó a cargarse de niebla.

-KAIN: Pero yo vengo del otro lado de las montañas y...-Kain fue interrumpido por Xirien

-XIRIEN: En el Palacio de Lusitaurus habita el sabio llamado Mórgenes, conocido por sus conocimientos en magia y adivinación. Yo no creo en que mi destino esté impuesto, de modo que no he necesitado de su sabiduría.....nunca fui a verle.- dijo de manera acelerada.

-KAIN: Ah… gracias pero de donde yo vengo...

-XIRIEN: Mucho gustó en conocerte,-dijo mientras se ponía en pie.

- Espero que Mórgenes le sea de gran ayuda. Puede quedarse con lo que ha sobrado, te hará más falta que a mí. - y mientras se agarraba el colgante añadió.

- Pero tenga mucho cuidado cuando cruce el bosque de abetos de Tanne, hay varios monstruos por allí. Con lo que ha sobrado del vino le vendrá bien también para desinfectarse las heridas, en ese ambiente húmedo es fácil infectarse.

-Por el día no es tan peligroso y es más fácil cruzarlo pero por la noche aparecen nuevos caminos y te puedes perder para siempre...- La niebla se hacía cada vez más espesa y cerrada.

-KAIN: ¡Por favor escúcheme, vengo de dos ciudades del otro lado del puente y ambas están destruidas, y más allá solo hay unas altas montañas imposibles de cruzar!

-XIRIEN: Lo sé.-dijo serenamente y emprendió su marcha.

-KAIN ¡!...¿Eh?,-dijo confundido y tras volver en sí- ¡Espere no se vaya por favor! –dijo mientras se levantaba de la manta

Y Xirien sin darse siquiera la vuelta le dijo:

-XIRIEN: Usted siga hacia Lusitaurus es su destino...

La niebla hizo desaparecer a Xirien por completo, Kain, todavía más confuso, se paró a pensar.



-KAIN: ¿Mi destino? ¿No decía que él no creía en el destino?- En ese momento observó más detenidamente los objetos dejados en el suelo. Lo que antes le parecieron objetos nuevos, ahora tan sólo eran trastos viejos. La manta negra estaba humildemente remendada, y los platitos estaban muy viejos pero conservados. Menos daba una piedra, pero era ciertamente extraño.

-KAIN: Que raro...

Kain salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que se le había olvidado preguntarle a Xirien si se había cruzado con el niño de Freezelen. Además se temió lo peor, observando el tenebroso bosque, ¿habría el niño decidido adentrarse en la espesura? No había más caminos posibles, o al menos el mapa no los indicaba. Recogió los objetos que Xirien le había dejado y se quedó mirándolos. No sabía si pensar si se los había dejado por caridad o para deshacerse de ellos. Guardó estos objetos en las alforjas y montó de nuevo en Albo.

-KAIN: Albo, será mejor que nos vayamos de aquí, a ver si por fin encontremos a ese tal Mórgenes. Tengo la esperanza de que él me ayude.

Ambos emprendieron su camino cruzando el viejo puente sin problemas y, con cierto alivio al comprobar que la niebla era menos densa en ese trecho del camino. Anduvieron un poco más hasta que llegaron al bosque de Tanne, un bosque donde la especie predominante eran los abetos. Se encontraron frente unos ejemplares majestuosos y enormes, de varios centenares de años, que se erguían como si intentasen alcanzar el cielo.

El olor a madera húmeda y a la dulce sabia de estos árboles hacía que a Kain le invadiese un sentimiento de bienestar y de felicidad, como si fuesen recuerdos de su hogar, o de una lejana infancia.

Pero, a medida que se adentraba en el bosque, las cosas ya no eran tan maravillosas. El follaje del bosque era muy frondoso y la luz del sol apenas llegaba al suelo, que estaba carente de cualquier vegetación menor y cubierto de las agujas secas caídas de los árboles. Hacía un calor húmedo y sofocante, y lo peor era que iba a ser difícil orientarse en un lugar donde no había puntos de referencia y donde la mayoría de las bifurcaciones estaban completamente inundadas de niebla. Kain tuvo que optar pasar por las que estaban libres de ella, pues Albo se negaba a pasar por los caminos neblinosos.

Cada vez el camino se hacía menos agradable, empezaron a escuchar sonidos extraños como murmullos, y se sentían observados. El joven notó como su amigo temblaba a menudo y trataba de tranquilizarlo susurrándole al oído:

-KAIN: Tranquilo Albo, estoy aquí contigo.

La travesía se les hacía eterna y tenía la impresión de que habían estado dando vueltas en círculos. No podía asegurarlo pues no veían rastro de sus huellas, y confiaba en que Albo podría encontrar la salida, pero dada la comprometida situación no podría exigirle que no cometiese errores.

Por fin llegaron a un sitio claramente nuevo. Era un claro en el bosque y en él se hallaba un manantial natural, Ambos se refrescaron y saciaron su sed, pero no encontraron nada de comer allí. Además, todo seguía cubierto de niebla y oscuro, todavía no podía ver el cielo.

Tras haber descansado, continuaron su camino, confiaba el inteligente animal, pues no veía forma de poder salir de allí sin él. No podía ver ni el sol, ni las estrellas, ya ni siquiera sabía si era de noche o de día. Además el tronco de los árboles estaba completamente cubierto de líquenes, lo cual le impedía averiguar dónde estaba el norte. No podía explicarse como aquel viajero había conseguido atravesarlo, ni porque lo había dejado solo a su suerte.

En ese momento escuchó un extraño silbido y la temperatura del ambiente bajó drásticamente. Albo se puso a gruñir y a la defensiva. De repente una especie de criatura negra como una sombra derribó a Kain de su montura, que cayó rodando por el suelo.

Albo intentó detener a aquella criatura, pero al acercarse al ser se disipaba como la niebla y cambiaba de ubicación. Se recompuso unos metros más allá y emitió un ruido espeluznante antes de desvanecerse de nuevo entre la espesura.

Kain se reincorporó algo aturdido, ayudado por Albo, que además le indicaba con su cabeza que cogiese la lanza. La cogió con decisión y, ya en pie buscó al agresor. No iba a permitir que le atacase otra vez por sorpresa.

El bosque se hallaba en completo silencio, Kain se concentró e intento averiguar por dónde aparecería la criatura. Cerró los ojos durante unos segundos hasta que hubo un momento en el que presintió el ataque y lo esquivó a tiempo. La extraña sombra intentó abalanzarse otra vez sobre él pero, en esta ocasión, Kain acertó de lleno con su lanza, atravesándola.

Ambos inmóviles se quedaron mirándose el uno al otro. La sombra empezó a hacerse menos espesa y se marchó sumergiéndose en la tierra mientras emitía un sonido estridente.

-KAIN: Creo que ya no nos molestará más, no sabía que hubiese criaturas de este tipo. Parecía un ser de otro mundo, o quizás de los infiernos, ¿verdad, Albo? –Albo ladró y movió la cola alegremente, acercándose a su amo.

-KAIN: Sigamos caminando, compañero, seguro que tú estarás también hambriento y con ganas de descansar.

Kain y Albo continuaron su camino, La niebla estaba desapareciendo rápidamente y el camino se hizo menos pesado. El aire comenzaba a sentirse más puro y empezaron a escuchar el canto de los pájaros a lo lejos. A los pocos metros, el bosque era menos cerrado y la luz inundaba el entorno, parecía la luz de una hermosa mañana.

Y por fin salieron del espeso bosque de Tanne y llegaron a la vasta llanura de Lusitaurus, la ciudad estaba prácticamente a una hora de camino, así que los corazones de los aventureros se alegraron enormemente y prosiguieron su marcha hacia ese nuevo destino.



Fin del Prólogo.
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·Proyecto Kain Online 2002-2004 http://kain.ya.st

·Proyecto Gea Zero 2008 http://zrein.aowc.net



-Idea Base original por “Red Shadow” (JavierAFG) Noviembre 2002



- Corrección y adaptación de la historia por Zrein Sinkarix



-Revisiones por Shalywa Zwee

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Kain por Yaguete


























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Albo Kain Xirien

Última revisión 4-III-2008

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